sábado, 6 de marzo de 2010

La dama del castillo

Una de nuestras lectoras nos ha enviado esta historia. Nos aseguró que era tan real como que ella había estado presente. Afirma que aún no ha podido olvidar aquellas vacaciones que pasó de intercambio en Inglaterra.

Todo sucedió una noche de verano. Después del trabajo los chicos nos reunimos en una conocida cervecería del pueblo pesquero en el que pasamos las vacaciones de verano para intentar desconectar de la dura jornada alrededor de una buena pinta.
Peter sugirió dar una vuelta y enseñarme el antiguo castillo, y yo lo consideré una buena idea.

Aparcamos el coche y comenzamos a andar. Tuvimos que atravesar el bosque al menos durante diez minutos hasta que llegamos a la explanada del castillo. La luna llena lo iluminaba todo.

Pete y Matt se atrevieron a acercarse mientras Claudia y yo hacíamos fotos a la majestuosidad del castillo, pero ninguna salió como esperábamos.Corrimos hasta alcanzar a los chicos y los cuatro nos aproximamos a la puerta principal. Pude observar que el castillo estaba completamente derruido, sólo quedaba en pie una de las dos torres, fue una visión tétrica, sin embargo, lo que permanecía intacto era el patio central.

De repente vimos una sombra, pensamos que sería alguna pareja que se ocultaba de las miradas de los curiosos, pero no era así. Una figura salía de la galería y se adentraba lentamente en el patio, recorriéndolo de lado a lado. Era una mujer porque su vestido arañaba el suelo y porque su pelo caía entrelazado sobre su espalda.
En esos momentos quise gritar pero no pude. Quise correr pero mis pies se paralizaron.

Claudia, haciendo un alarde de oportunidad, disparó con su cámara de fotos, y el flash hizo que la dama de blanco se volviera hacia nosotros. Nos miró fijamente, entornando los ojos y dejando ver una sonrisa que nada tenía de cordial.En un instante fugaz estaba pegada a los barrotes de la puerta principal, el hierro forjado se volvió hielo, y mis manos se quedaron inmóviles entre las suyas. Su mirada era profunda, y parecía realmente enfadada.

Sólo noté como unos brazos me agarraban y tiraban de mí hacia el bosque. Pete me llevaba al vuelo mientras corríamos por el bosque camino al coche. No miramos atrás.
Cuando llegamos al coche, las puertas no abrían, y Claudia comenzó a gritar señalando detrás de nosotros. La mujer se acercaba, lentamente, sonriendo, con las manos entrelazadas en su vientre. Al fin las puertas se abrieron, y entramos rápidamente en el coche, con la misma rapidez que ella apareció en la ventanilla y nos mostró su cuello. Una enorme cicatriz lo adornaba como un collar. Pete era incapaz de arrancar, y la dama reía a carcajadas. En un instante desapareció.

Cuando conseguimos reponernos llamamos a una grúa para que remolcara el coche, y regresando a casa el mecánico se sorprendió de lo atrevidos que habíamos sido por adentrarnos en el bosque la noche del 12 de julio: “Cuenta la leyenda que en la época de los reyes y los castillos, un monarca se enamoró de una de sus sirvientas. Intentó ocultarlo temiendo la furia de la Reina, pero un día, la sirvienta le amenazó con contar todo si no le daba un hijo. El Rey temiendo que cumpliera su amenaza la citó en el patio del castillo a la medianoche de un 12 de julio. La dama acudió sola, vestida de blanco, y esperó la llegada de su amante. Una presencia se acercó por detrás y la abrazó mientras degollaba su cuello lentamente con una espada de plata. Nadie supo nunca quién fue su asesino, ni siquiera ella, pero las lenguas de la época cuentan que antes de morir le dio tiempo a susurrar a su asesino que le perseguiría por toda la eternidad y le devolvería el agravio. Si alguien se encuentra con ella la noche del 12 de julio firma su sentencia de muerte. Pero no os preocupéis sólo son leyendas”

Cuando revelamos las fotos de aquella noche, observamos con atrocidad que en una de ellas, la que había desatado la furia de la dama de blanco, aparecía una sola figura en el centro del patio. Una mujer con una capa de terciopelo azul, una corona de oro sobre la cabeza y una espada desenvainada entre las manos ensangrentadas.

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